Aunque a simple vista no lo
pareciese, a sus ojos era la más bella criatura que Dios pudo crear.
Cada
milésima de segundo mirándola era una eternidad en la reflexión, pues los
perfectos rasgos de su rostro, infundían una calma, una estabilidad en todo
aquello que lo rodeaba. De hecho, el paisaje era espléndido, hermosos sauces
llorones luchaban por un hueco en el pequeño terreno del parque, donde los
pocos, por no decir inexistentes bancos, acuciaban a sentarse en el cómodo y
verde césped que el suelo ofrecía. La calma de la noche acompañaba al
inquietante llanto de la muchacha, que a su vez era entrecortado por las
ligeras convulsiones y las constantes inspiraciones de la nariz. Para él tenía
otro aspecto, las lágrimas eran oro puro que nacía en el seno de sus verdes
ojos, y discurrían como un breve río hasta alcanzar las comisura de sus finos labios para acabar regando la fértil hierba; sus convulsiones inflamaban su
pecho, haciendo resaltar su figura. Su cabeza gacha con el oscuro cabello ocultando su fino rostro, daba una
cálida sensación de recogimiento, lo que hacía ahondar más aún en la acuciante
idea de ensartar su gélida hacha justo en el lugar en el que quedaba la raya
del pelo.
Como
una tempestad, alzó su pesado cuerpo de la hierba, agarrando fuertemente su
arma. Las luces de los coches le cegaron, haciendo perder todavía más ese resquicio
de conciencia que por el momento poseía. Avanzó lentamente, muy lentamente,
disfrutando ese placer que le proporcionaba el viento fresco en su pálida tez,
restregando la mano por el mango del pequeño hacha de mano, sintiendo la madera
en sus palmas, notando como las astillas atravesaban su piel; “la delicia de la
muerte, otra alma que está llamando a las puertas, el tormento tanto para mí
como para los demás”. Su camisa ondea al viento, abierta al frío de la
oscuridad; “el frío está por llegar, aclamad a vuestro dios, seres inmundos,
pues las penurias que pasareis, todavía están por llegar, cada paso más cerca
de la muchacha, que su destino está por venir”.
Ella
sigue sentada, llorando, esperando pronto el fin de una forma paradójica, sin
saber que la muerte pronto caerá sobre su hermosa cabeza. Oye un ligero rasgueo
tras ella, lo que le hace girarse en el momento exacto en el que el hacha corta
el viento, cae haciendo vibrar los árboles a su alrededor. Los sauces hacen
caer sus hojas mientras un charco de sangre se extiende alrededor de un cuerpo
caliente, abierto. Él aspira, intentando cazar el alma que rauda pretende
escapar hacia su morada; “llorad, árboles míos, que no será esta la última víctima
que ha querido cruzarse en mi camino, y tampoco ha sido la primera, aunque a
bien tendréis en vuestras mentes que este tormento es disfrutado por cada uno
de los cuales ella ha dañado. Llorad por mí y mi tormento, y no por ella”.
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